exposición – Todo lo que era sólido se desvanece en el aire

Lara Brown, Álvaro Chior, Raquel G. Ibáñez, Andrea González, Christian
Lagata, nucbeade, Candela Sotos Fdez.-Zúñiga, Cristina Spinelli,
Jorge Suárez-Quiñones Rivas y Javier Velázquez Cabrero

32ª edición de Circuitos de Artes Plásticas

Axioma primero: todo lo que perdura lo hace brevemente

Cuando el tribuno Marco Flaminio Rufo halló la Ciudad de los Inmortales, sintió temor y repulsión. Sus constructores, que en algún momento habían edificado una urbe perfecta, siguieron trabajando en ella hasta hacerla interminable, atroz e insensata[1].

Los inventores de utopías suelen obviar en sus relatos una verdad elemental: la ineludible corrupción de todo sistema. Penosamente, los laboriosos procesos de perfeccionamiento (sea urbanístico o moral) solo alumbran un breve momento de esplendor; la reforma y la decadencia son más extensas que las edades de oro, y merecen, por tanto, mayor atención. El molesto influjo del Romanticismo ha impregnado el declive natural de las cosas de un sentimentalismo engañoso y triunfal, que empaña su correcta comprensión: la caída no es peor que el auge ?sobre lo inevitable no caben consideraciones morales?.

Al comienzo del Manifiesto Comunista, Marx y Engels coinciden con esta opinión: «Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas»[2]. El desbaratamiento de toda solidez tiene una virtud clarificadora: lo que actúa sin ser visto (no porque se oculte, sino porque está tan cerca que el ojo no lo enfoca) se manifiesta en su literalidad, quiero decir, en su contingencia y en su fragilidad. Hay un placer único en la contemplación descarnada del mundo, en ese pequeño interludio entre la caída de un velo y la instauración de los nuevos ídolos.

El desdichado Gibbon afirma en las primeras páginas de su famoso tratado sobre la historia romana que pretende explicar «las más importantes circunstancias de su decadencia y caída: un acontecimiento que se recordará siempre, y que aún lo perciben las naciones de la tierra»[3]. Ignoro si los pueblos del mundo aún sienten el estruendo del derrumbe del Imperio, pero no hicieron falta demasiados años para que una nueva cohorte de cosmogonías comenzase a operar con la mayor de las naturalidades. Suma y sigue. Así, la escolástica (adaequatio rei et intellectus) se dio de bruces con la Ilustración («Ha perseguido desde siempre el objetivo de quitar a los hombres el miedo y convertirlos en señores. […] Quería disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante el saber»[4]), cuya finísima razón se acabó con las guerras mundiales[5]. Nuestros días tienen una pequeña ventaja: las certezas son más endebles, así que nuestras decepciones carecen de histrionismo. Esta exposición se prepara en las postrimerías de, al menos, la más pintoresca (trágica y lamentable) de la continua sucesión de crisis y calamidades con las que ha arrancado el milenio.

Somos capaces del estupor, pero no de la sorpresa.

Axioma segundo: el recuerdo sobrevive al hecho

«Sin embargo,

sin embargo,

sin embargo… No me

fío de mí. Nada es

permanente. Menos

lo es la palabra.»[6]

En los Principios de psicología, un manual de 1890, William James define la alucinación como «una forma de conciencia estrictamente sensitiva, tan buena y cierta como si fuera un objeto real que tuviéramos delante. Solo que el objeto no está ahí, eso es todo»[7]. He aquí una cuestión espinosa. Los filósofos modernos nos enseñaron que no hay que confiar en los sentidos. Para solventar esta molesta incertidumbre, unos astutos científicos (con ojos, orejas, olfato y entendederas como las de cualquiera) inventaron unos cachivaches que miden la realidad con objetividad y precisión. «No hay en el mundo ningún ser en el que la ciencia no pueda penetrar, pero aquello en lo que la ciencia no puede penetrar no es el ser.»[8] Un plan sin fisuras[9].

Solo alguien que crea que la verdad es un atestado considerará que la realidad se reduce a lo medible. Los fanáticos de la cuantificación a menudo ignoran las limitaciones y la imperfección de las herramientas con las que quieren tasar el universo. A pesar de ello, el mundo está plagado de fantasmas y criaturas esquivas, y que algo no ocurra para el común de los mortales no significa que no suceda: basta un solo vidente para que se aparezcan los dioses. No quisiera desdeñar el rigor de los científicos, a cuyo pensamiento estricto y limitado debemos buena parte de la mejora de nuestras condiciones materiales de vida, pero esto es una exposición de arte, así que podemos librarnos de la pesada carga de generar conocimiento. Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía.

Sigamos. Hay fenómenos que aparecen velozmente y se consumen de inmediato. Nadie que se haya topado con un espectro o haya presenciado una hierofanía ha tenido ocasión de sacar la escuadra y el cartabón. Tampoco los asistentes a un concierto o a una obra de teatro describen, en proposiciones lógicas y mediante un eje de coordenadas, aquello que han visto. No porque no pueda hacerse, sino porque es absurdo. Estos son hechos que se relatan, es decir, que se cuentan de memoria.

El recuerdo, cuya fiabilidad no deja de ser cuestionada, es superior al hecho, porque mientras aquel se disuelve, este otro perdura; porque mientras que uno es estático y finito, el otro permanece en movimiento. En una de sus muchas entrevistas, oí decir a Emma Morano (durante un tiempo, la mujer más anciana sobre la tierra) que tuvo una voz hermosa, y que, cuando cantaba para aliviarse las fatigas del trabajo doméstico, los transeúntes se paraban bajo su ventana. Podemos conjeturar con que los viandantes continuasen su camino sin inmutarse por el canto de la chiquilla: es irrelevante. Incluso así, ahora, se detienen, porque esa inmovilidad es lo único que perdura de ellos.

Axioma tercero: habitaremos bajo unos nuevos cielos y sobre una nueva tierra

Desconfío de las justicias poéticas, pero a veces no queda otra. Hay estropicios que no pudimos evitar, pero no man is an island entire of itself; every man / is a piece of the continent, a part of the main[10]. Qué extraño preocuparse por los agravios de los muertos, de remendar desdichas pasadas. And therefore never send to know for whom / the bell tolls; It tolls for thee[11].

Las honras funerarias son tan antiguas como la humanidad. En algún lugar leí que los rostros que pintaban en los sarcófagos servían para que el alma, una vez fuera del cuerpo, recordase quién había sido. «Su cuerpo dejará, no su cuidado», que escribe Quevedo. A Borges le seducía la idea de que una existencia infinita permitiría experimentar todas las vidas humanas. «Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles»[12]. Sospecho que el arte goza de una facultad balsámica, restitutiva. Se puede, mediante él, actuar sobre vidas pasadas. En buena lógica, el presente no condiciona solo el porvenir, sino también el pasado. Sin nosotros, ¿quién se ocuparía de él?

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La XXXII edición de Circuitos de Artes Plásticas reúne la obra de Lara Brown, Álvaro Chior, Raquel G. Ibáñez, Andrea González, Christian Lagata, nucbeade, Candela Sotos Fdez-Zúñiga, Cristina Spinelli, Jorge Suárez-Quiñones Rivas y Javier Velázquez Cabrero, bajo una cita pesimista extraída del primer capítulo del Manifiesto Comunista.

La exposición comienza en una sala a oscuras y termina en otra donde la luz se colorea. Hay piezas que solo se escuchan y algunas que aparecen de improviso. La sala está llena de pecios, movimientos encapsulados, textos ilegibles y metáforas de cuerpos. Este texto, deliberadamente fragmentario y sinuoso, alude a algunos temas de los que se ocupan los artistas de esta edición. He creído más pertinente la literatura que la teoría del arte. Nada de lo que se dice se afirma con vehemencia: estas páginas también desaparecerán.


texto curatorial de la 32ª edición de Circuitos de Artes Plásticas de la Comunidad de Madrid. La publicación que acompaña a la exposición, diseñada por Silvia Fernández Palomar, puede consultarse en este enlace y adquirirse en la Sala de Arte Joven.


[1] Cfr. Jorge Luis Borges, «El inmortal», El Aleph, Barcelona: Destino, 2006, p. 9 y ss.

[2] Karl Marx, Friedrich Engels, Manifiesto Comunista, Madrid: Siglo XXI, 2019, p. 91.

[3] Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, tomo I, Madrid: Turner, 2006, p. 50.

[4] Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Madrid: Akal, 2007, p. 19.

[5] Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, op. cit., p. 11.

[6] Chantal Maillard, Lógica borrosa, Málaga: Miguel Gómez Ediciones, 2002, p. 33.

[7] William James, Principios de psicología, cit. en Oliver Sacks, Alucinaciones, Barcelona: Anagrama, 2013, p. 9

[8] Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, op. cit., p. 41.

[9] «La ilustración recae en la mitología, de la que nunca supo escapar. Pues la mitología había reflejado en sus figuras la esencia de lo existente: ciclo, destino, dominio del mundo, como la verdad, renunciando así a la esperanza», ibidem, p. 42.

[10] «Ningún hombre es una isla por sí mismo; cada hombre es una pieza de un continente, una parte de un todo», John Donne, «Meditation XVII», Devotions Upon Emergent Occasions, Michigan: Charles River Editors, 2018, pp. 127-128.

[11] «No preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti», ibidem.

[12] Jorge Luis Borges, «La lotería de Babilonia», Ficciones, Barcelona: Destino, 2009, p. 65.