La moda tiene una resonancia frívola. Vanidad de vanidades, ya saben. El otro día, leyendo La lengua en pedazos, encontré unas líneas en las que el Inquisidor reprocha a Teresa querer «contentar con la apariencia». Frente a esto, la ropa está cargada con significados severos. Existe, por ejemplo, la hermosa locución «tentarse la ropa», que significa obrar con cuidado. También «palparse la ropa», que quiere decir estar en las últimas.
La ropa es el envoltorio del cuerpo, una suerte de vaciado en tela de alguien. Siempre me ha parecido espectral ver una camisa colgada, después de usarse, ahormada por el cuerpo, pero vacía; una presencia que manifiesta una ausencia. Casi todos los sucesos relevantes en la vida de alguien son sucesos cotidianos, pero la repetición y la costumbre son enormes distracciones. Hay que estar vigilantes. «Negarse a que el acto delicado de girar el picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la fría eficacia de un reflejo cotidiano. Hasta luego, querida. Que te vaya bien. Apretar la cucharita entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa. Cómo duele negar una cucharita, negar una puerta, negar todo lo que el hábito lame hasta darle suavidad satisfactoria»¹.
Región de validez (2007-2017) –una de las dos piezas que conforman Dos mesas monte, la última exposición de Rodríguez-Méndez en Formato Cómodo– reúne los paquetes que mensualmente su madre, sastra de oficio, le iba enviando con una camisa y un pantalón de la talla de su padre. Los paquetes están cerrados: solo puede verse la dirección y el franqueo. Se abrirán durante las exequias del padre, cuando 97 hombres se vestirán con su contenido. «Si es por los ajuares, nosotros se los proporcionaremos. La difunta madre de don Pedro espera que usted vista sus ropas. En la familia existe esa costumbre»². En la sala, están dispuestos en una mesa larga, sujetados unos contra otros, como se apilan los sobres en las mesas de correos, con las direcciones hacia arriba, cada una escrita con primor, con esa caligrafía que usan los ancianos.
Cualquiera a quien le hayan tomado medidas sabe de lo delicado del asunto. Es un contacto muy puntual y extraño, terciado por ese cíngulo que es la cinta métrica. «Extienda el brazo; ahora levántelo». Es entre íntimo y clínico. La ropa hecha a medida aúna, en cierta medida, la acción de dos cuerpos: el que la lleva y el que la fabrica. Las puntadas o los remates (la mano, en definitiva) se distingue con facilidad. Como la letra.
Ir (2018) es una pieza caligráfica: líneas doradas sobre papel sulfurizado que son desviadas por el uso de una esfera que guía el trazo. Los papeles están apilados de tal modo que las desviaciones, si la transparencia del soporte fuese total, revelarían un círculo perfecto. Si se piensa, las dos piezas de Rodríguez-Méndez guardar unas semejanzas notables: ambas ocultan lo que contienen (el círculo, la indumentaria), exponiendo solo un vestigio que recuerda todo lo que falta.
Dos mesas monte está construida con elementos sencillos, pero escogidos admirablemente (sobres con ropa, papel de hornear con rotulador dorado; pero también el dorado y la esfera, que son símbolos sagrados). Las obras despliegan por sí mismas un discurso íntimo y poético que no necesita suplementos explicativos. Son, simplemente, lo que son. En esto, creo, reside toda su fuerza.
Dos mesas monte
Formato Cómodo (c/Lope de Vega 5)
hasta el 16 de febrero
¹Historias de Cronopios y de Famas, Julio Cortázar.
²Pedro Páramo, Juan Rulfo