No hay hombre más desdichado que Dragó. ¡Toda la vida a contrapié! ¡Nunca tomándose un respiro! Yo creía (ingenuo de mí) que Sánchez Dragó era el perfecto intelectual papanatas al que el poder le da de comer a cucharadas. Abre la boquita, Fernando. Necesitaba reflexionar, adentrarme en las profundidades de su obra. Ahora, después de una panzada draconiana de artículos, entrevistas y libros, reconozco en los pliegues de su rostro al verdadero héroe pellejudo de nuestro tiempo, que con ojos enratonados nos orienta hacia el porvenir.
Como los grandes hombres de la antigüedad, Dragó supo su destino de niño. Un día, («sé que atardecía, la luz era abrileña»), el joven Fernando salió a leerle un parrafito a una amiga de su madre («lucía un escote generoso. Sus ubres, imponentes, parecían mascarones de proa de nave pirata rasgando el aire a toda vela y, también, por supuesto, me azoraban») que pasaba por la casa. La visitante le preguntó qué quería ser de mayor. ¡Escritor! «Se sorprendió la señora, se sorprendió mi madre y me sorprendí yo». Dragó cuenta este episodio en sus memorias y en multitud de entrevistas, porque él cree en el destino casi tanto como en la libertad. «Nací raro, nací escritor». Estudió en el colegio del Pilar, hizo la mili y participó en las «algaradas» antifranquistas. Estuvo en la cárcel y en exilio.
Cuando habla de estas penurias, Dragó las relata con alegría. «Para mí, una mala noticia es una buena noticia, porque te obliga a reaccionar. Es un estímulo. Una puerta que se cierra son mil ventanas que se abren. Yo estaba encantado de que me metieran en la cárcel. ¿Qué más puede pedir un escritor a los dieciocho años que que lo metan en la cárcel? Cuando, de repente, a los ventimuipocos años me encuentro al otro lado de la frontera, al norte de los Pirineos, con el pasaporte de un amigo y con siete mil pesetas en el bolsillo… ¡eso es maravilloso para un escritor!». Como sospechan, Sánchez Dragó cree que cada cual es responsable de lo que le sucede. Por eso hay que cargarse la sanidad y la educación pública. ¡El Estado es para los débiles! Lo dice él, que es pilarista (ese lobby) o que pudo sobornar a un brigada en la mili para que lo dejasen tranquilito. Pero ¡por sus propios méritos! No porque la familia pudiese pagarle ir por la vida como quien va por un parque temático. ¡Ah, los deliciosos mecanismos de reproducción del estatus social!
Dragó es de esos señoritos que están tan garrapiñados en privilegios que ni siquiera los ven. Para muestra, un botón: en una de sus monsergas libertinas («mi patria es mi verga», el tantra es el recopetín, etcétera), contó cómo habían influido en su despertar sexual y follarín las señoras que trabajaban en su casa. Las chachas. Porque, claro, no hay nada cuestionable en meterte en la cama con alguien que trabaja para ti (limpiando lo que ensucia el don). ¡Ninguna relación de poder peliaguda en el horizonte, mi capitán!
Volvamos al destino manifiesto. Los mismos que dicen que una situación es «surrealista» cuando les parece «extraña», dirán que su estilo es «barroco». Digamos, por resumir, que tiene el verbo florido. Entro en Dragolandia, su blog en el diario El Mundo, y me voy a las entradas más leídas. Hay una fechada en febrero de 2013: «A mi gata muerta». La segunda línea dice: «No en balde es su autor poeta de vocablo y venablo certeros». Cierro el post. Voy a la sección de opinión del diario y abro su última columna. Es sobre las elecciones: «Lamento formular tan lapidario dictamen, pues hasta el martes por la mañana tenía muy buena opinión de Pablo Casado por más que en la noche del domingo, tras el naufragio de su proyecto, hubiese dejado de ver en él a un político preñado de futuro. Ya no la tengo. Muy pocas horas después de la debacle desmintió el flamante y, hasta ese momento, flamígero líder cuanto había dicho a lo largo de la campaña, pegó un volantazo de vértigo hacia ese limbo que es el centro, por todos sus rivales (menos uno) codiciado, y se echó otra vez sobre los hombros el lastre de la herencia de Rajoy, del rajoyismo y de los rajoyistas». Dictámenes lapidarios, políticos preñados de futuro, debacle, flamante y flamígero; Rajoy, rajoyismo y rajoyistas. Trocotró. ¡El arcaísmo navegando hacia el horizonte del neologismo! No puedo con la emoción. Pero si hablamos de ponerse creativo, Sánchez Dragó es autor de veinte, treinta o cuarenta topónimos (la cantidad varía según la entrevista que se consulte) para designar a España: jamonia, burricia, tontalia, borregalia, asnalfabética, expaña, cigarria, ruinalia, obesia, abundia, caconia, sopabobia, lloriconia o manifestalia. ¿Cómo cabe tanta inventiva en un solo hombre?
Es interesante comentar el asunto patrio en la obra dragoniana. «Lamento profundamente haber nacido español». A poco que le escuchen un par de entrevistas, verán cómo pone al país de vuelta y media: que si se come mucho o muy tarde, que si la gente no se duerme pronto, que si la picaresca, que si la suciedad. Dragó ha estado en todos los países del mundo, pero se ha quedado a vivir en el que más odia. «¿Soy la persona que más ha escrito sobre España? Quizá». Le pasa mucho eso de hacer cosas que dice que no le gustan. «Mi ideal es el de Epicuro: si quieres ser feliz, vive oculto», pero se ha pasado toda la vida hablando de sí mismo. ¡Odio la televisión! Y venga programas de señores hablando de libros. ¡Las autonomías son un jinete del apocalipsis!¡Todo lo público es malo! Pues a presentar el noticiero de Telemadrid. ¡Quiero ser cartujo! Ejem.
Su posición filosófica se fundamenta en cuatro vaguedades sacadas de filósofos presocráticos («conócete a ti mismo», dos cosillas de Epicuro, otras tantas de Pitágoras, el orfismo, «nada en exceso», los misterios eleusinos), el Tao y el fluir, Buda, Zoroastro, Confucio o Lao-Tsé. Todas ellas las usadas a conveniencia según la ocasión. Las cosas misteriosas y antiguas tienen la cualidad de hacerte parecer profundo y sabio, y desconciertan, por lo general, al interlocutor. Fernando es especialista en hacer estos pucheros. «Mis animales totémicos son el lagarto, el gato y el lobo». Ah, pues muy bien. ¿Y eso qué quiere decir? ¡Que soy un ser solitario! O que te gusta dormir la siesta al sol.
Los reaccionarios suelen decir que son libérrimos y que no se casan con nadie cuando quieren justificar alguna fechoría. Sánchez Dragó no es de VOX, pero lo parece. Con su humildad habitual, dice que el partido de Abascal se ha acercado a sus principios, no él a los suyos. Hay que reconocer que a Dragó ya le caían bien Orban, Putin («es el único político de verdad») y Le Pen. Nada tan provocador como ser filofascista, ya se sabe. El verdadero ir a contracorriente es la reacción. He pedido el libro a la editorial, porque soy muy esforzado. El índice está separado por jornadas (tarde del viernes, mañana del sábado, etcétera) y está escrito remedando al Quijote: «Donde se habla de la gesta heroica del Frente Polisario, de la épica, de la valentía, del honor, del Far West, del patriotismo y de la esperanza de los jóvenes puesta en Vox». Luego vienen dos citas, una de Machado («Aún larga patria espera / abrir al corvo arado sus besanas») y otra de Whitman («¡Oh capitán, mi capitán […] a ti llama la gente del pueblo / a ti vuelven sus rostros anhelantes»). En el prólogo («muy personal»), llama Santi a Abascal, dice que es el hombre del día y quizás del año y habla de la «corrala vocinglera» a las redes sociales. Todo esto en la primera página. Más adelante cuenta cómo pronosticó los doce diputados de VOX en Andalucía. Como se sabe, Dragó –que conoce las esencias– tiene un CIS alternativo, que consiste en preguntar al peluquero, al taxista o a la camarera del bar cómo va el signo de los tiempos.
El libro, por decirlo pronto, es una diatriba de Drago en la que el Abascal, caudillo ultracarismático, boquea alguna respuesta vaga o admite que de eso no sabe. Que si hay que poner a los mejores, que si España es lo primero, que si aún no tiene esos datos, que si de esto no opina. Dragó habla de la épica en la política, de la dictadura de la plebe y de su lucha contra la DGT y la obligatoriedad de llevar puesto el cinturón de seguridad. Las cosas de ser liberal. Recuerda sus grandes gestas, como aquella vez que pidió el estatuto de apátrida al ministro de Justicia porque entrábamos en la Unión Europea. También tiene algunos momentos impagables:
«Abascal: Morante, por ejemplo, es más que un torero.
Dragó: Sí, claro. Es un arcángel.
Abascal: Y un filósofo.
Dragó: Tiene la mitad del cuerpo en la tierra y la otra mitad en el cielo».
Si nos creemos lo que Fernando Sánchez Dragó dice de sí mismo, debemos compadecerle. Tendríamos delante a un hombre sencillo y sabio que hubiese querido consagrar su vida al estudio y la escritura, pero que ha decidido inmolarse en el altar del deber, exponiéndose a todo aquello que detesta. Pero me temo que no es el caso. Sánchez Dragó es el perfecto intectualillo que tuvo la suerte de tener una buena educación y que, desde entonces, se ha ganado la vida repitiendo la misma farfolla una y otra vez. Quiere ser provocador diciendo cuánto folla, qué se mete, que la televisión es para idiotas y que los españoles son unos borricos. Quiere ser extravagante poniéndose camisetas ocurrentes. El típico liberal cobrando de lo público, el típico apolítico (no hay un cretino que no lo sea) que se va de mitin derechón.
¿Pero quién sería Sánchez Dragó sin todos esos españolitos ignorantes y sucios a los que tanto desprecia? ¿A quién le iba a vender sus ladrillos infumables? ¡Da gracias, Dragó, porque tus compatriotas sean unos garrulos! ¿Qué sería de ti en un país civilizado?
Artículo publicado en el nº 71 de tintaLibre
junio 2019