“¿Todavía estáis durmiendo y descansando?
¡Basta ya! Ha llegado la hora. Mirad.”
Mc 14, 41
Borges comenzó el Ficciones achacando el descubrimiento de Uqbar a la conjunción de una enciclopedia y la noche. Los encuentros rara vez son inocuos y, si se está atento, posiblemente –como Borges en ese cuento- descubramos cosas insospechadas.
El encuentro que ahora nos concierne es el de unas obras de Secundino Hernández con una casa diseñada por Alvar Aalto y habitada por Louis Carré. Más concretamente, con la sala de estar, que es el lugar de lo cotidiano y lo relajado; el lugar preeminente donde se habita, donde se permanece. El resto de las habitaciones de la casa tienen funciones pragmáticas: la higiene, el sueño o el sexo, la comida; la sala de estar es el lugar en el que quedarse, en núcleo más cálido del hogar –esa palabra que en español significa casa y fuego-.
Esta exposición muestra obras de los últimos cuatro años del trabajo de Secundino Hernández, y nos permite, de manera parcial, ser testigos de su indagación personal sobre las posibilidades de la pintura. Los cuadros de Secundino Hernández tienen deudas de parentesco y no pueden ser comprendidos como islas sino como archipiélagos. Por esto es enriquecedor contemplar en la misma exposición composiciones dominadas por la línea junto a cuadros paletas. Y estas obras tan aparentemente distintas surgen de una misma exploración sobre qué sea la pintura y qué sea el oficio de pintor. Una búsqueda ordenada que sigue dos caminos: del pintor hacia fuera y del pintor hacia dentro.
Secundino Hernández ha pergeñado en su pintura un tratado sobre la línea: una reiterada preocupación por una línea estilográfica, angulosa y rica, y por el traspaso de esta del boceto al lienzo. La línea por la línea, como elemento vertebrador de la composición, se complementa con la mancha de color, que a veces es plana y a veces salta desde la tela al espectador. La forma entendida desde sus herramientas fundamentales declara un non plus ultra a la mirada: una pintura autosuficiente, pura, justificada de sí misma y movida por sí misma para sus propios intereses.
Este modo de proceder ha fructificado en Secundino Hernández de maneras muy diversas. Unas veces ha optado por composiciones sencillas y ligeras, donde hatillos de líneas gravitan sobre un basamento terroso. Otras, por estructuras fragmentarias y volátiles tapizadas de grises o de azules. Luego, irrumpe el color como un grito y se desliza entre las líneas o sobre ellas o tras ellas. Reviste el lienzo y crece sobre él; un crecimiento orgánico y orográfico: colores sedimentados.
Pero Secundino Hernández no sólo juega con los aditamentos, sino que a veces descascara las imprimaciones para enseñar la trama de la tela –bajo los adoquines, la playa- y juega, en el mismo cuadro, a poner y quitar, entendiendo ese vaciamiento también como creación.
Los encuentros, decíamos al principio, rara vez son inocuos, y esta exposición es fruto de coincidencias notables. Tuvo Louis Carré que conocer a Alvar Aalto y tuvo Timo Miettinen que conocer a Secundino Hernández para que fuese posible. Desconocemos las leyes de la causalidad pero podemos asistir a sus efectos. Entendido así, como un hecho frágil dependiente de tantas contingencias, podemos acercarnos a esa extraña maraña de relaciones que circundan al oficio del artista. El encuentro, escenificado en esta sala de estar, sólo puede ser entendido siendo conscientes de que esta exposición es fruto tanto de la voluntad de los que se encuentran como de los puntos ciegos que escapan a su control.
Pero esta exposición no sólo muestra algunas obras de Secundino Hernández, sino también al coleccionista de estas obras. La razón de ser del orden y del número es responsabilidad suya. Su criterio es el hilo que hilvana esta exposición: una muestra sobre lo que al señor Miettinen le gusta del señor Hernández. Esto no es una consideración baladí: hay un desvelamiento de su intimidad, de lo privado de su colección. Coleccionar es algo muy serio. Es, de alguna manera, apropiarse del mundo y guardarlo para sí; y una vez que uno se ha apropiado de esa fracción de la realidad, puede ordenarla a su antojo y crear su propia cosmogonía.
La exposición de la colección Miettinen en la Maison Louis Carré es, claramente, una conversación amplia. No sólo, como ya hemos dicho, entre sus cuatro principales hacedores, sino también por las intervenciones de todos los artistas que han pasado por allí, por las obras que Monsieur Carré quiso colgar de sus paredes como habitantes y familiares. Las obras hablan entre ellas cuando no las miramos, y si no lo hacen, sería hermoso que lo hicieran.
Este texto fue originalmente publicado, en francés y en inglés, en «SECUNDINO HERNÁNDEZ at Alvar Aalto’s Maison Louis Carré. Works from the Miettinen Collection», editado por Maison Louis Carré, Paris; con la colaboración de Karpov Shelby y Ásdís Ólafsdóttir ISBN 978-2-9548894-1-2.