2024

Tratado General del Mundo. Una proximación al galerismo sevillano.

Espacio Santa Clara, Sevilla

Artistas: Armando Rabadán, Belén Rodríguez, Carmen Calvo, Cristina Lama, Cristina Mejías, Curro González, Diego Cerero Molina, Fernando Clemente, Gloria Martín, Guillermo Pérez Villalta, Irene Molina, Juan Suárez, Laura Vinós, Manuel Zapata, Matteo Pacella, Miguel Gómez Losada, Nacho Eterno, Pablo Merchante, Paz Pérez Ramos, Pedro Escalona, Pedro G. Romero, Rosa Aguilar, y Sofía González
Créditos: Coordinación y producción de Rocío Márquez y Reyes Abad, producción técnica y montaje WWB S.C.A. de Elena Donnellan, Olivia Rodríguez, Felisa Romero, Alejandro González, Esteban Guzmán y Kevin Orrell, y diseño gráfico expositivo de Granada Barrero studio

A veces, es verdad, bailamos en nuestras cadenas

Hace unas semanas, ocupado en mis quehaceres, caí en la entrada «H» del Libro de los Pasajes, que Walter Benjamin dedica al coleccionista. Más que la tesis, me llamó la atención la retahíla de citas con las que hace avanzar el texto. Por ejemplo, la de un tal Guy Patin (un médico francés de mil seiscientos) que vio en las tendencias acumuladoras un síntoma de la proximidad de la muerte. En otra, nos enteramos de una secreta pasión prusiana («[si el rey] atiborró su despacho con pirámides de tazas de porcelana, también el burgués juntó sobre su aparador el recuerdo de los acontecimientos más importantes, de las horas más preciadas de su vida, en forma de tazas») para, justo después, conocer la curiosa pinacoteca del barón de Thiers, que encargó copias empequeñecidas de las obras de los grandes maestros para alicatar su residencia.

Benjamin concede al coleccionista una capacidad inaudita: la de conseguir que un objeto –despojado de su utilidad ordinaria– se inserte en un entramado de relaciones especialísimas que, por decirlo de un golpe, tiene más coherencia que la realidad vulgar y, por tanto, la explica de un modo más elocuente. Terminada la lectura, me resonaron un par de intuiciones: primera) todas las colecciones se toman muy en serio a sí mismas, por muy particular, deficiente o ridículo que sea el impulso que las motiva; segunda) la colección completa podría deducirse de uno solo de sus objetos. 

 Rumié estas ideas tan seductoras cuando recibí, hace muy pocos meses, el encargo de hacer una exposición en la que «dialogasen» (palabra peligrosísima) obras de artistas representados por las galerías sevillanas. Con un plantel tan heterogéneo (en lo generacional, lo técnico y lo formal), consideré una treta: trabajar con los fondos de las galerías (los plazos nos obligaban a utilizar obra disponible y cercana) como se trabaja con una colección. Así, podía servirme del espejismo de la coherencia y del criterio. Sería artificial, vale, pero no más que el de cualquier acaparador de miniaturas o juegos de té.

La gravosa solemnidad de estas ideas, a las que les sobresalen las costuras por cada pliegue, me parecía estimulante. Pocas querencias tenemos tan arraigadas como la exageración y la alegoría: en Sevilla, todo es antiquísimo, exuberante, raro e inaudito, y hasta el más insignificante muñeco de plástico está emparentado con el rey san Fernando, los tartessos y el toro que mató a Pepe-Hillo. 

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Tratado General del Mundo es una exposición vertebrada en tres capítulos, que corresponden a las dependencias del dormitorio bajo, el alto y el refectorio del antiguo convento de Santa Clara. Emplea, como disparadero, una estampa local: el admirable batiburrillo del patio principal de la Casa Pilatos, en el que unas diosas griegas conviven con yeserías y alicatados mudéjares en una estructura renacentista. Desde ahí, la muestra propone un juego de relaciones estéticas y semánticas entre obras que, tomadas individualmente, no tienen una vinculación sensata pero que, en su conjunto, nos ofrecen un estimulante juego de idas y venidas.

En los distintos capítulos afloran temas habituales del arte sevillano y andaluz, como las academias, las representaciones devocionales, las naturalezas muertas, las escenas de caza, la imaginería, los gustos del barroco y el plateresco o la fascinación por las antigüedades y los fetiches. El recorrido intenta proponer interlocuciones múltiples, más insinuadas que explícitas, entre las obras de cada sección. Al grueso de piezas contemporáneas las acompaña un pequeño número de objetos procedentes de las colecciones del Ayuntamiento de Sevilla y del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla. Se trata, en su mayoría, de obras menores, como postales o artes decorativas; también, un par de bienes arqueológicos.

La ubicación de unas y otras es pretendidamente extemporánea. Hemos querido huir de toda reverencia, ahuyentando en la medida de nuestras fuerzas los sistemas de contextualización que utiliza la Historia del Arte. Nuestra intención ha sido la de reproducir, en el blanco de la sala de exposiciones, la manera espontánea en que los objetos artísticos (dicho en sentido lato) conviven en las casas de quienes los atesoran. Lo habrán visto: algún capitel califal que hace de peana a un geranio; aquel fragmento de mosaico que se codea con el retrato de los nietos y el obsequio de alguien que anduvo en Benidorm y se acordó de ti.

Por el contrario, en los espacios en los que la vida pasada del edificio resulta más evidente, hemos querido respetar la resistencia que oponen. Apenas unas plantas, los restos del postre y un poco de cerámica.

Texto extraído del texto de catálogo «A veces, es verdad, bailamos en nuestras cadenas».

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