Al final de su vida, John Wilkins quiso crear un idioma en que cada palabra contuviese su definición. El método era tan sencillo como osado: dividió el universo en cuarenta categorías, divisibles a su vez en diferencias y estas en especies. «Por ejemplo: de, quiere decir elemento; deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama»[1]. Si en nuestro idioma las palabras «inmortalidad» o «plátano» no nos dicen nada (su construcción, aunque razonable, es caprichosa), en el idioma de Wilkins cualquiera que conozca las categorías conocerá el significado de todas las cosas. «Cada una de las letras que las integran es significativa, como lo fueron las de la Sagrada Escritura para los cabalistas»[2].
Diez signos nos permiten nombrar todos los números, que son infinitos. En un exceso ascético, podríamos quedarnos con dos: el uno y el cero. El idioma (lo que comúnmente entendemos por tal) no tiene las mismas ventajas. Las academias (incluso algunos hablantes) suelen vanagloriarse de las complejidades de sus lenguas, de la cantidad de términos para decir cosas más o menos parecidas. El intento de Wilkins no fracasó por ello, sino porque su éxito dependía de conocer el universo y de hallar categorías que no se interfiriesen. Ambas cosas parecen sumamente difíciles.
El asunto del lenguaje ha traído de cabeza a los filósofos. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo»[3], escribió el dicharachero Wittgenstein, como queriendo encerrar al universo en un texto. Aunque problema de lo comunicable es un verdadero berenjenal, lo cierto es que cualquiera puede crear un lenguaje, si tiene la paciencia suficiente para darle normas. Ahí están el élfico, la interlingua, el esperanto y los lenguajes de programación.
A los filósofos les quitan el sueño un montón de cosas. Descartes estuvo muy enfurruñado porque los sentidos lo engañaban y se inventó aquello de las ideas innatas. «Esté dormido, ya despierto, dos y tres serán siempre cinco»[4]. Creía que tenía los entes matemáticos en la cocorota desde siempre, no por haber visto dos cosas y tres cosas y haber inferido de ahí el cinco. «No hay en el entendimiento que no haya estado antes en los sentidos»[5] había dejado dicho Aristóteles. Hay ideas más atrabiliarias: los idealistas llegaron a pensar que la realidad está creada por la percepción. El sabor de la manzana no está en la manzana, sino en el contacto de la lengua con la manzana.
Conocemos la forma del ojo o del oído, pero no de sus pequeños resortes. Las obras que Lluc Baños presenta en esta exposición exploran estas ideas y este desconocimiento. De un lado, los objetos petrificados con los que calibramos nuestras facultades perceptivas. De otro, esculturas con la forma de las células de la percepción, con las que Baños ha creado un alfabeto (¿qué cosas podrían decirse con este idioma?). El encuentro de estas dos series crea dos itinerarios interesantes: uno que mira hacia dentro (el examen fisiológico) y otro hacia fuera (las cosas sensibles).
Sabemos que nuestra percepción del mundo (por tanto, lo que es el mundo para nosotros) está llena de limitaciones y desajustes; aun así, no dudo de que sostengo un lápiz en mi mano, pegado a este papel donde escribo esta línea. ¿No les parece una contradicción admirable?
[1] «El idioma analítico de John Wilkins», Otras inquisiciones, Jorge Luis Borges.
[2] Ibídem.
[3] Tractatus logico-philosophicus, Ludwig Wittgenstein.
[4] Meditaciones metafísicas, René Descartes.
[5] Ética a Nicómaco, Aristóteles.
Escrito para la exposición «O verdadeiro conxuro non é feito de palabras»
de Lluc Baños en Galería Nordés (del 11 de abril al 31 de mayo de 2019).
At the end of his life, John Wilkins wanted to create a language in which each word contained its definition. The method was as simple as it was bold: it divided the universe into forty categories, divisible in turn into differences and these into species. «For example: de, means element; deb, the first of the elements, fire; deba, a portion of the element of fire, a flame »[1]. If in our language the words «immortality» or «banana» tell us nothing (their construction, although reasonable, is capricious), in the language of Wilkins anyone who knows the categories will know the meaning of all things. «Each one of the letters that comprise them is significant, as were those of Sacred Scripture for Kabbalists» [2].
Ten signs allow us to name all the numbers, which are infinite. In an ascetic excess, we could keep two: one and zero. Language (what we commonly understand as such) does not have the same advantages. Academies (even some speakers) tend to boast of the complexities of their languages, of the amount of terms to say things more or less similar. Wilkins’ attempt did not fail because of it, but because his success depended on knowing the universe and finding categories that did not interfere between them. Both things seem extremely difficult.
The matter of language has brought philosophers to their heads. «The limits of my language are the limits of my world» [3], wrote the witticist Wittgenstein, as if to enclose the universe in a text. Although the problem of what is communicable is a real mess, the truth is that anyone can create a language, if you have enough patience to create rules. There we find Elvish, Interlingua, Esperanto and programming languages.
Philosophers lose their sleep on lots of topics. Descartes was very sulky because the senses deceived him and invented that thing about innate ideas. «Be asleep, already awake, two plus three will always be five» [4]. He believed that he had mathematical entities in his head forever, not because he had seen two things and three things and inferred the five from there. «There is no understanding that has not been in the senses before» [5] had left Aristotle. There are more grumpy ideas: the idealists came to think that reality is created by perception. The taste of the apple is not in the apple, but in the contact of the tongue with the apple.
We know the shape of the eye or the ear, but not of its small springs. The works thatLluc Baños presents in this exhibition explore these ideas and this ignorance. On the one hand, the petrified objects with which we calibrate our perceptive faculties. On the other hand, sculptures with the shape of the cells of perception, with whichBaños created an alphabet (what things could be said with this language?). The meeting of these two series creates two interesting itineraries: one that looks inwards (the physiological examination) and the other outwards (the sensible things).
We know that our perception of the world (therefore, what the world is for us) is full of limitations and imbalances; even so, I do not doubt that I hold a pencil in my hand, stuck to this paper where I write this line. Admirable contradiction, isn’t it?
Written for Lluc Baños’ exhibition «O verdadeiro conxuro non é feito de palabras»
in Galería Nordés (April 11 – 31 may, 2019)
[1] «The Analytical Language of John Wilkins», Other Inquisitions, Jorge Luis Borges.
[2] Ibídem.
[3] Tractatus logico-philosophicus, Ludwig Wittgenstein.
[4] Metaphysical Meditations, René Descartes.
[5] Nicomachean Ethics, Aristotle.
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