Vargas Llosa o el pasatiempo de ser actor

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«Los cuentos de la peste, obra vagamente inspirada en el Decamerón de Giovanni Bocaccio» construye una villa en la que unos personajes se refugian a contarse cuentos mientras afuera la peste diezma a la ciudad de Florencia. Vargas Llosa, autor del texto y actor principal, vuelve a sostener la opinión de que la ficción puede ser un refugio confortable ante un mundo hostil.

Empleando a un Bocaccio (Pedro Casablanc) inflamado por la alegría de haber abandonado la redacción de tratados eruditos y de haberse encontrado con la realidad carnosa del mundo, el Nobel peruano juega con dos autores dentro de la misma obra: el del Decamerón y el de Los cuentos de la peste. El primero, gritón, exaltado como un adolescente que ha descubierto los placeres del mundo, renegante de su anterior oficio, del todo increíble y reiterativo, se enfrenta a un Duque Ugolino viejo, reposado y augusto, que descubre de nuevo en la ficción la posibilidad de experimentar unas vidas que ya su provecta edad no le va a procurar. Los personajes que restan son una pareja de cómicos, Filomena (Marta Poveda) y Pánfilo (Oscar de la Fuente), y una espectral Aminta (Aitana Sánchez-Gijón).

 La representación discurre entre pequeñas escenas de humor grueso a las que se le intercalan reflexiones más simplonas que sesudas sobre los temas más variados: la naturaleza de la pintura y el parecer de Platón al respecto, el sentido de hacer ficciones, etc. Curiosamente, Ugolino, auxiliado siempre por un micrófono (cosa que siempre desconcierta al ir al teatro) a veces está capacitado para responder y otras no, afirmando que él es sólo un hombre de armas. Tristemente, estas pequeñas escenas tampoco salvan la obra: los actores juegan a hacer pantomimas, a gritar, poner voces y otra serie de cosas desagradables que hacen que las dos horas diez de representación se hagan notar. El contrapunto a esta chanza quiere ser el diálogo de Ugolino y Aminta acerca de los hechos terribles de un amor pasado y brutal, cuyo desenlace se reserva como traca final de la obra; pero la pólvora estaba  mojada.

Para colmo, la escenografía rezuma cartonpiedrismo hasta el segundo palco. Qué decepción.

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