Seccionada por interrogantes («quién», «qué», «cuándo», «dónde», «por qué», «cómo», «por qué», «por qué» , «por qué») esta investigación novelada que nos ofrece John D’Agata por mediación de la editorial Dioptrías se inicia con una mudanza a Las Vegas y se articula a través de la construcción de un almacén de residuos nucleares y el suicidio de un adolescente: dos horrores en una ciudad que no para de repetirse que es el mejor lugar del mundo para vivir. La localización no es inicua: Las Vegas es un trampantojo; no sólo por lo efímero de sus divertimentos, sino porque su existencia misma como ciudad se sostiene débilmente y a través de muchos artificios. D’Agata ha hecho un trabajo de campo extensísimo que ha compendiado por mor de la agilidad de la narración (hay un apartado de notas que da cuenta de esto) y nos permite, a través de enumeraciones y digresiones, a veces excesivas, hacernos una idea general de los hechos que se relatan. Pero seamos ordenados.
El proyecto Yucca Mountain pretendió, y hasta donde sabemos pretende, recoger todos los desechos nucleares de Estados Unidos bajo una montaña. Para ello se llevaron a cabo todos los procedimientos reglamentarios para transmitir desde el Congreso que era del todo seguro y que era lo mejor para todos. Por supuesto, esto no era así, como muestra el autor con una prosa condescendiente y desapegada que si usted goza del humor ácido disfrutará muchísimo. No obstante, esta obra no pretende reafirmar la consabida norma según la cual los pueblos se dan gobernantes idiotas, sino que detrás de la tarea de preservar unos residuos letales durante no menos de un millón de años se esconden problemas no sólo de estructura: se adivina la esperanza de que perviviremos si no todo, gran parte de ese periodo. La indagación que realiza el autor lo conducirá (nos conducirá) a problemas insospechados a primera vista, como la necesidad de construir un lenguaje comprensible dentro de miles de años.
Si la montaña hueca supone una esperanza, infantil si se quiere, en la pervivencia del género humano y en nuestras capacidades técnicas, un adolescente que se lanza desde el Stratosphere nos recuerda que vivimos en un mundo que se desmorona y que el autor muestra a través de los últimos pasos de Levi, que así se llamaba el chico, a través del casino en dirección a la azotea: luces centelleantes, diversión liviana, fruslerías que comprar por unos pocos dólares.
Dioptrías se estrena como editorial con este título que habla de Las Vegas, de suicidios, de lagos envenenados, de urbanizaciones idílicas, de luminosos colosales, de forenses escondidos, de la destrucción total asegurada. Que sea el primero de muchos. Larga vida.